¿Cómo va a ser la montaña un dios? Taller y presentación del libro con Eduardo Romero
16/03/2023 @ 12:00 am - 10/11/2033 @ 12:00 pm
Jueves 16 de marzo de 2023
12:30h Facultad Ciencias Sociales Unizar (Violante de Hungría 23) seminario 4
19:00h, librería La Montonera (San Pablo 26)
La razón occidental se ríe de las creencias de indios y negros. ¿Cómo va a ser la montaña un dios? Hagámosle un agujero y saquemos ese puto carbón.
¿Cómo va a ser la montaña un dios? es un viaje de ida y vuelta por dos universos separados por miles de kilómetros pero interconectados por varios hilos: el carbón y la minería, el capital y su logística portuaria, la migración y el exilio. Su autor traza un puente entre Asturias y Colombia, y nos hace partícipes de una historia real —maravillosamente contada— en la que el «azar global» conecta el destino común de los de abajo. Eduardo Romero es autor de, entre otros títulos, Autobiografía de Manuel Martínez (2019, asombrosa crónica de esa generación de ‘inadaptados sociales’ a los que la democracia española sólo dio a elegir entre la cárcel o el manicomio), En mar abierto (2021, historia coral de un vecindario atravesado por las fronteras). Especialmente valiosos para las estudiantes de una facultad de ciencias sociales son también Quién invade a quién. Del colonialismo al II Plan África (2011) y Un deseo apasionado de trabajo más barato y servicial. Migraciones, fronteras y capitalismo (2010), dedicados a la crítica de la política migratoria.
El próximo jueves 16 de marzo contaremos con Eduardo Romero, primero a las 12:30h en el seminario 4 de la Facultad de Ciencias Sociales (Violante de Hungría 23) y luego, a las 7:00h, en la librería La Montonera (C/ San Pablo). En la primera cita os invitamos al taller titulado “Las nuevas geografías del capital fósil: una historia asturcolombiana”. En la segunda os invitamos a la presentación de ¿Cómo va a ser la montaña un dios?, publicado por Pepitas de Calabaza.
[ a continuación un breve extracto del libro. Más información en https://www.pepitas.net/libro/como-va-a-ser ]
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« Buenaventura siempre ha sido la salida al mar de Cali. Incluso cuando era un muelle con cuatro chozas y tres españoles al cargo, tenía ya valor estratégico como canal de comercio entre España y la actual capital del Valle del Cauca. Hay treinta y dos leguas entre Cali y Buenaventura. Los caminos eran muy agrestes entre ambos lugares, así que ni siquiera las mulas y los caballos podían pasar. Los españoles cargaban las mercancías sobre las espaldas del indio y le ordenaban caminar doce días de ida y doce días de vuelta. Era un negocio muy rentable para el comerciante y para el encomendero. También fue una causa principal del exterminio de los indios. Morían en el camino al mismo ritmo que en Cali, los españoles, acumulaban capital.
Más adelante, se habilitaron caminos para que fueran las recuas de mulas las que cargasen con la mercancía. Mucho más tarde, en 1915, Cali y Buenaventura fueron unidas por ferrocarril. Casi cuarenta años se tardó en completar la línea. Y no mucho más duró el auge de los trenes.
Desde los años sesenta, las carreteras se hicieron dominantes y acabaron convirtiendo las estaciones de ferrocarril en cementerios de máquinas y vagones.
Hoy ya no hay treinta y dos lenguas y doce días de camino, sino 116,4 kilómetros y algo más de dos horas de carretera.
Mil, cien mil, un millón de tractomulas irrumpen en Buenaventura cada año.
Una de ellas acaba de pasarle por encima de la pierna a una niña del barrio de La Inmaculada.
En los primeros tiempos de la conquista, cuando Buenaventura aún era un muelle, los españoles avanzados allí se dedicaron a cortar orejas y narices de los indios que no les pagaban suficientes tributos en oro. Así que los indios no tuvieron más remedio que montar una emboscada, matar a todos los cristianos y destruir el puerto.
Cuando los españoles pudieron retomar el comercio por aquel lugar, el enclave era tan modesto que el destacamento invasor constaba de un alcaide y dos soldados.
Castigo a los esclavos
Yeni no sabe en qué oleada llegaron sus ancestros de África. Quizás en la segunda mitad del siglo XVI, hace aproximadamente veintisiete generaciones, cuando los españoles, una vez que hubieron diezmado a la población indígena, comenzaron a importar esclavos para trabajar en las minas de oro. O quizás fue más adelante, en el siglo XVIII, quince generaciones antes de que naciera su abuela, cuando el comercio de mercancía humana, controlado ya por los ingleses, se hacía por el puerto de Cartagena, en el mercado oficial de esclavos de Nueva Granada. Entonces los habrían traído desde allí, por tierra, a lo largo del río Atrato, hacia el Chocó y hacia Barbacoas. O quizás los entraron por Panamá y luego los desembarcaron en el puerto de Chirimbirá, un puerto chocoano, o en el mismísimo muelle de Buenaventura.
Hay documentos en los que se establecen los castigos por la huida y la rebelión: cien azotes –doscientos para las mujeres–, amarrarlos a la picota un día entero, cortarles el miembro genital y exponerlo en la picota, brearlos (prenderles fuego)… Pero lo cierto es que los antepasados de Yeni acabaron liberándose del yugo: huyendo y creando palenques, o participando de las rebeliones de esclavos, o acogiéndose a la manumisión. Tras la última ola minero-esclavista, muchos afrodescendientes se trasladaron hacia las tierras bajas del Pacífico, hacia los ríos de la costa, al sur de Buenaventura. Río Naya, río Timbiquí, río Guapi. Allí fundaron sus propias comunidades, reinventando sus modos de subsistencia y su imaginario cultural. Además de la pesca y la agricultura, se dedicaron a la minería artesanal, llamada mazamorreo o barequeo. Mina, Biáfara, Carabalí, Congolino, Cambindo, Cuenú, Lucumbí son apellidos muy frecuentes entre la población de estos ríos, y todos ellos les fueron asignados a los esclavos recién llegados para indicar los lugares desde los que habían sido remitidos: Guinea, Congo, Angola…
Sus abuelos son de un pueblo junto al río Timbiquí. Uno tuvo dieciocho hijos, el otro solo catorce. Entre las varias mujeres con las que los tuvieron, una de ellas, su abuela, era la bruja del pueblo.
La minería –que siempre vuelve– regresó a este lugar de la costa del Cauca. Hace como veinte años aparecieron unos rusos, explotaron el oro, embarazaron a algunas mujeres, dejaron las máquinas ahí botadas y, tan rápido como llegaron, desaparecieron».
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